Mercado de la Vega, Santiago.


El pasado miércoles fuímos al mercado central de la vega con el objetivo de plasmar a las persona sque trabajan allí y poder contar un poco de la historia de cada uno. Creo que lo que más cuesta es el hecho de dar el primer paso, y entrabalar contacto por primera vez, más por las vueltas que le das en la cabez que por lo que realmente es luego. 

Marcela fue la primera, y logró que las próximas veces fueran más fáciles. Lleva desde que tiene uso de memoria trabajando, antes limpiando en casas, cuidando a gente mayor, y ahora desde hace unos años en un puestito próximo a la vega. Después de un rato hablando le pregunté si podía hacerle una foto, y solo me puso una condición para ello: que no le sacara fea. Naturalmente yo le dije que con esos ojos, era imposible. 

Después continué mi camino, y estuve dando un paseo por los alrededores de la vega, buscándo la pérgola de las flores, dónde había quedado con mi clase. Estuve dudando de si acercarme o no a una señora con un puestecito con ropa interior y acabé acercándome. Lo primero que me dijo esa señora, de la que no recuerdo su nombre, es que Dios me había puesto en su camino, porque había dos cabros chicos siguiéndome para robarme la cámara. Estuvimos hablando un rato de Dios, de los robos por esa zona, y de que hay que tener cuidado al salir. Con tanto hablar tampoco me acordé de hacerle una foto. Me guardé la cámara en la mochila y no la volví a sacar hasta que no entré en el recinto dónde había quedado.

Una vez allí, me encontré con unas chicas que también estudiaban periodismo en la Universidad de Chile pero de último año, y me enseñaron a utilizar la cámara (o al menos lo intentaron) porque no tenía mucha idea. Gustavo se ofreció de modelo para probar las opciones de la cámara. 



Al final acabó regalándome una flor, que luego yo le regalé a Lidia. Ella lleva cuarenta años trabajando en la vega, en un pequeño puesto donde vende basicamente bolsas. Vino desde una ciudad del norte de la que no logré entender el nombre. Ahora mismo tiene artritis crónica y parkinson. Le prometí que le llevaría una foto de las que le hice, aunque luego volví a repetirlas porque no me quedaron muy bien. Lidia se había ido al baño (sorprendentemente su silla de ruedas seguía allí). Después de una hora volví a pasar y Lidia todavía no había vuelto. Tuve que conformarme con las fotos del principio. 




También hablé con Miriam, la cual llevaba dos años trabajando allí, en un pequeño puesto de una amiga con básicamente utensilios del hogar. Me dió consejos para que no me pasara nada en Santiago y no paró de repetir que no me fiara de nadie. Cuando le pregunté si podía hacerle una fotografía no le gustó nada la idea, pero acabé convenciéndola. De hecho la convencí en dos ocasiones, porque tuve que volver a hacerle otra fotografía de su rostro. 



Por otra parte, Jorge es de los señores más amables y encantadores que me he cruzado. Lleva sesenta años en el mismo puesto de la vega, un negocio de herencia familiar. Y ha criado a seis hijos durante todo ese tiempo. 


Por último, cuando estabamos apunto de irnos, una señora nos pidió una foto con su perrito, y obviamente no le pude decir que no.


Al final no me robaron nada y fue una bonita experiencia tener la oportunidad de hablar y conocer un poco más de uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad de Santiago.

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